Este viaje en
realidad comenzó mucho antes de subirnos el avión. Comenzó sobre diciembre con
la locura de que en Facebook había una pareja que acaba de comprar un pasaje
para Febrero a Ayers Rock a muy bien precio. Al confirmar que aún quedaban 5
plazas a un precio reducido, compramos los pasajes para irnos con ellos. Sin
tenerlo planeado conseguimos festejar nuestro primer aniversario de Boda con un
viaje que no olvidaremos jamás en nuestra vida.
Uluru es esa roca
roja tan famosa que existe en el medio del desierto de Australia. Es uno de los
iconos más turísticos del país y, por ende, estaba en nuestra lista de lugares
para visitar. Lo que nadie realmente es capaz de explicar es porque es tan
famosa, que sensaciones te inundan al verla, esa sensación de paz y enormidad
que da al verla. Lo bueno es que realmente la estás viendo todo el día, desde
que te levantas hasta que te acostas te acompaña como una presencia. Siempre
dije que Australia se caracteriza por tenerlo todo a lo grande, y la roca no es
la excepción de la regla…. Pero no estábamos preparados además para todos los
demás sentimientos conseguidos al realizar este viaje….
Para viajar hemos
pedido 2 días de vacaciones en el trabajo, así que el jueves a primera hora
intentábamos coger el bus que va de nuestro pueblo al aeropuerto. Quizás
Geraldine no planificó bien las horas, y al ver que el autobús se demoraba un
poco, no nos arriesgamos y cogimos un Uber… creímos que empezar el viaje con
esa adrenalina, hacía pensar que ya nada podía salir mal… Fueron unas 3 horas y
media de viaje, pero como existe hora y media de cambio horario, pensábamos que
iba a ser menos. Menos mal que íbamos preparados con el estómago lleno y entretenimiento
(nunca más nos pasara lo de las 9 horas de viaje a Japón).
Al llegar al minúsculo aeropuerto de Ayers Rock, tuvimos que hacer cola para poder retirar el coche, y por esas casualidades fuimos los últimos en irnos del mini recinto. Una vez llave en mano, nos sentamos en el coche y dirección el camping… solo que en realidad no sabíamos para donde ir… lo que pensarían los trabajadores del aeropuerto al vernos pasar 2 veces por la misma calle, ni que esto fuera una gran ciudad…. Al fin llegamos al camping, pedimos nuestra parcela con electricidad y a montar las campañas antes de acercarnos a algún mirador… Mama mía que calor que hacía por allí!!!
Al llegar al minúsculo aeropuerto de Ayers Rock, tuvimos que hacer cola para poder retirar el coche, y por esas casualidades fuimos los últimos en irnos del mini recinto. Una vez llave en mano, nos sentamos en el coche y dirección el camping… solo que en realidad no sabíamos para donde ir… lo que pensarían los trabajadores del aeropuerto al vernos pasar 2 veces por la misma calle, ni que esto fuera una gran ciudad…. Al fin llegamos al camping, pedimos nuestra parcela con electricidad y a montar las campañas antes de acercarnos a algún mirador… Mama mía que calor que hacía por allí!!!
Una vez medios
establecidos (donde nos dio la gana) nos subimos al coche y fuimos al primer
mirador que pillamos. Al ser todo tan plano, con un poco de altura ya tienes
unas vistas impresionantes de la roca roja… Al ser nuestro primer contacto con
ella, estábamos encantaditos de la vida, y eso que la roca aun nos pillaba un
poco lejos.
Después nos
acercamos al parque, pagamos las entradas y fuimos a uno de los miradores
oficiales para ver el atardecer. Ahora sí que estábamos más cerca y la verdad que
ver cambiar la roca de color a medida que se va escondiendo el sol, es
maravilloso.
Una vez de noche,
volvimos al camping a ponernos listos para una de las actividades más
importantes del viaje. Íbamos a un campo de luces que solo esta temporalmente
en la zona. Y si bien 2 horas se nos quedaron cortas para sacar fotos y
disfrutar de las 50 mil bolitas de luz, Geraldine quedo un poco decepcionada al
no ver nada de nada del Uluru detrás. La actividad vale mucho la pena, pero uno
podría estar en cualquier parte del mundo…
Al día siguiente
nos levantamos muy tempranito que teníamos unas 3 horas y media de coche hasta
llegar a King Canyon, y hay que decir que como muy malos acompañantes en el
viaje nos pegamos una que otra cabezadita.
Llegamos a
destino prontito y, sin más preámbulos, nos pusimos a hacer la caminata de 4
horas que queríamos terminar antes de las 12, ya que te recomiendan no estar más
tarde de las 11 los días de mucho calor. Y ese día hacía calor…
Lo primero fue
rellenar aguas y a caminar. No más empezar te encuentras una subidita de 3
pares de cojones. Ahora entendemos porque cierran la caminata luego, no creo
que nadie sea capaz de subir tanto en tan poco con tanto calor. Las vistas durante todo el camino son impresionantes.
Sabemos que quien visitó el gran cañón del colorado, esto le tiene que parecer
un juguete, pero para nosotros fue hermoso. Esa sensación de estar en otra
parte del mundo, rodeado del cañón “y colorado”… mires por donde mires…
Como campeones
que somos, terminamos el recorrido en unas 3 horitas y algo, entonces aprovechamos
que aún era pronto para hacer el recorrido desde abajo. Es decir, caminar por
en medio del cañón. Si bien el recorrido es de lo más sencillo, la verdad que
no aporta mucho…
Así que como todo
lo que hacíamos lo hacíamos corriendo, nos subimos al coche y camino para el
camping a ver si llegábamos a ver los bailes aborígenes que habían a las 4. A
pesar de las 3 horitas y media de camino, llegamos a ver los bailes y hasta
tuvimos la suerte de que los chicos pudieran mostrarnos sus dotes bailarines….
Al terminar el
baile nos fuimos a la piscina a refrescarnos hasta que se hiciera la hora del
atardecer, que íbamos a ver el Uluru en otra plataforma diferente. Justo al
lado opuesto.
